A medida que uno va a creciendo y va
madurando tanto física como mentalmente, descubrirá que muchas de las cosas que
nos contaron de chicos eran una vil mentira. Al principio mentiras blancas e
inofensivas que nuestros padres nos decían a efectos de resguardar la pureza de
nuestra inocencia. Como si esta se tratara de un vaso de cristal.
Por ejemplo: “Portarte bien porque a los
nenes malos Papá Noel no les trae regalo.” Una de las mentiras más crueles y
manipuladoras en la historia de la humanidad, porque después te enteras de que
el gordo de mierda ese nunca existió y vos fuiste el esclavo de tus padres por
nada. Estos, en un orgasmo de poder, se aprovechaban de tu ingenuidad para
obligarte a hacer todo tipo de tareas y trabajos sucios bajo la excusa de que
si no lo hacías, Papá Noel no te iba a traer eso que vos tanto querías.
“Hijo ponete a hacer los deberes porque si
no Papá Noel por acá no va a pasar.”
“Hijo andá a sacar la basura porque si no
le voy a decir a Papá Noel que no te traiga nada.”
“Hijo subí al techo y arreglá la antena de
la tele porque si no Papá Noel va a seguir de largo.”
No fue sino hasta mis sombríos y duros siete
años que supe la verdad. Papá Noel eran en realidad tus padres.
La sensación de alivio y liberación que
sentí en aquel
momento, vuelve a cobrar vida cada vez que me
acuerdo de la imagen de mi padre, deslizándose de manera sigilosa hasta el
comedor para colorar mi regalo en nuestro árbol de navidad. Regalo que en
teoría te traía un gordo vestido de rojo, con una barba tan blanca como la
nieve misma. Un gordo que se suponía, venía desde los confines del mundo
surcando los cielos sobre su legendario trineo, que era a su vez, arrastrado
por dos ciervos que escupían fuego por la boca. O al menos es lo que recuerdo
haber leído en uno de los libros de la biblioteca del colegio, mientras mis
compañeros perdían el tiempo juntando juguetes usados para donar a los chicos
del hospital.
Cuestión es que lo sorprendo a mi padre en
el comedor. Sorprendido y preso de la vergüenza me mira, apenas capaz de
sostenerme la mirada, y me pregunta: “Hijo, ¿qué haces despierto a esta hora?”
El muy ingenuo seguramente pensó que iba a
estar en mi cuarto durmiendo plácidamente, ya que el mismo me pidió por favor
que me vaya a la cama temprano así podía preparar todo para la llegada de Papá
Noel.
Esa mañana hubo varias cosas que no me
cerraron. Mi padre y mi madre hablando casi en susurros en la cocina, mientras
calculaban gastos y analizaban la lista de regalos que todos los años me hacían
escribir, y que después usaban para chantajearme. Algo andaba mal.
Esa noche, recuerdo que fue un viernes,
decidí quedarme
despierto. Pasaban las horas y yo mataba el tiempo jugando al Mario 3 en mi
vieja Family, con el volumen al mínimo para que mis padres no escucharan.
Las horas
pasaban y nada. Pero yo seguía ahí. Firme en mi decisión de mantenerme
despierto, a sabiendas incluso de que al día siguiente me tenía que levantar
temprano para ir a tirarle piedras a los perros de los vecinos. Pero bueno, era
un pequeño sacrificio que estaba dispuesto a hacer.
A eso de la una
y media de la mañana comienzo a escuchar unos ruidos bastantes extraños
provenientes del comedor. Me deslizo hábilmente de mi dormitorio con la
esperanza de poder encontrarme cara a cara con el mítico personaje y ahí lo
veo:
Mi padre,
sosteniendo una bolsa de la cual iba sacando varios paquetitos con distintas
formas. Todos envueltos en papel de regalo colocándolos cuidadosamente al pie
de nuestro árbol de navidad junto al pesebre.
-Hijo, ¿qué haces despierto a esta hora?
-Quería ver a Papá Noel.
-Para Noel no
pudo venir, se sentía mal. Por eso lo estoy ayudando.
Ustedes fíjense
como el cerdo, descubierto en su propio charco de mentiras, continuaba cubriéndose
de más mugre a fines de poder llevar a cabo su perversa obra del engaño hasta
el final.
-Ah, está bien si
lo estás ayudando. ¿Me trajiste lo que le pedí entonces?
-Papá Noel leyó
tu carta y me dijo que lo que vos le pediste es bastante difícil de
conseguir…así que te trajo otro regalo y te pide perdón.
-Si papá, pero
¿sabes cuál es el problema? Que con perdón no se solucionan las cosas. ¿Qué hago
ahora con la carta que estuve escribiéndole dos meses enteros? ¿Me la meto en
el culo?
Cuando somos
chicos, más a la edad que tenía yo en ese entonces, no somos capaces de
distinguir por completo la realidad de la ficción. Por lo que muchas veces
somos influenciados por medios de entretenimiento, como la televisión y los
videojuegos. Y es precisamente esa característica lo que hace a la infancia la
etapa más pura e inocente de la vida.
Me acuerdo que
ese año le había pedido a Papá Noel que me trajera un “Detonador de Cerebros a
Distancia” para usarlo con mis compañeritos de la escuela. Todavía recuerdo la
cara de estupefacción, casi horrorizada, que puso mi madre cuando le mostré la
carta.
En aquel momento
yo pensé que se estaba refiriendo a una cuestión técnica. Razón por la cual le
dije que se quedara tranquila, que primero lo iba a probar con un gato para ver
si andaba. Incluso, para facilitarle el trabajo a Papá Noel, me había pasado
una tarde entera dibujando unos planos para asegurarme de que el trabajo
saliera a la perfección.
Hoy me acuerdo
de eso y me río, pero en aquel momento me dio mucha bronca. Más que nada por el
esfuerzo que le estaba poniendo a los dibujos.
Ustedes no se
imaginan lo bien que me habían salido los cuerpecitos convulsionados de mis
compañeros en el piso, dando patadas y manotazos desesperados al aire, al
tiempo que pequeños pedazos carbonizados de cerebro les empezaban a salir de
las orejas.
Que calidad, que
arte, que hermosa época. Y eso que apenas era la versión prototipo.
Pero bueno
después la entrometida de mi mamá lo vio y me sacó la hoja. Exclamando que un
nene a mi edad debería estar jugando a la pelota con sus amigos en el parque y
no haciendo ese tipo de cosas.
Nunca entendió
que lo más parecido que tuve a un amigo fue la bibliotecaria de la escuela, y
que mis compañeros de clase nunca me invitaban cuando salían a jugar. Pero mi
mama era así, me limitaba. Me limitaba todo el tiempo y papá me mentía en la
cara.
Por eso, la
noche que enfrenté a mi padre y descubrí la verdad acerca de Papá Noel y la
navidad, decidí que de ahora en adelante iba a dedicar mi existencia a abrirles
los ojos a los demás niños, que como yo habían sido engañados y limitados por
la tiranía de sus padres.
De más está
decir que mi papá intento persuadirme, blandiendo una serie de argumentos tan
ruines y miserables como él. Diciéndome que ahora que sabía la verdad y por
ende -según él- había crecido, era mi responsabilidad proteger el espíritu
navideño de los demás chicos.
En resumen, me
estaba pidiendo que fuera su cómplice. Pero yo ya había tomado una decisión. Tenía
que hacer el bien.
Por eso al día
siguiente me levanté temprano y me fui hasta lo de Carlitos, uno de los chicos de la cuadra, y
le dije toda la verdad.
Los padres le
habían hecho un muy buen lavado de cerebro, por lo que al principio se negaba a
creerme.
-Abrí los ojos
Carlitos, ¿Por qué crees que el año pasado Papa Noel no te trajo la bicicleta
que le pediste y en su lugar te terminó trayendo un libro para colorear?
-Es que mi papá
me explicó que Papá Noel tuvo que comprar muchos regalos y por eso no le
alcanzó para la bicicleta. Hasta me lo puso en una carta, ¿ves?
-No Carlitos,
pasa que en realidad Papá Noel es tu viejo, que es un muerto de hambre y que de
acá a dos años seguro se lo terminan de comer los piojos. Mira todas las faltas de ortografía que tiene la
carta mugrienta esa ¿Qué otra
persona a parte del analfabeto de tu papá podría escribir así? ¡Despertá,
Carlitos!
Carlitos no
termina de romper en llanto ahí nomás, que sale el padre abriendo la puerta de
una patada y blandiendo un palo de escoba al grito de “¿¿¿QUE HACES HABLANDO
CON ESA BASURA??? ¡¡¡TE METES YA PA DENTRO CARLITO!!!”
En ese momento me
acuerdo que de lo único que tuve tiempo fue de salir corriendo tan rápido como
me lo permitieron mis cortas piernas. Lo único que lamento es no haber llevado
una cámara para tener un registro fotográfico de la cara de mí vecino Carlitos
cubierta de lágrimas, seguramente lágrimas de emoción, ante tan noble gesto que
tuve con él.
Después de eso
continúe con mi labor caritativo dentro del familiar. Por lo que esa misma
noche del 24 de diciembre, reuní a todos mis parientes asegurándome de que mis
primos más chicos estuvieran presentes, y los hice ver un video con la excusa
de que se trataba de un trabajo para la escuela en donde los maestros nos
hacían grabar un saludo con motivo de las fiestas para ver en familia.
Todos se
pusieron contentos y me felicitaron, diciendo que no esperaban un gesto tan
cariñoso de mi parte. Todos menos mi tío Horacio, quien inmediatamente entró
como en un estado de alerta y en un tono que detonaba desconfianza le susurro
en el oído a mi tía: “¿Marta que estará planeando este sorete?”
Tanto mi tío
Horacio como mi tía Marta siempre fueron unas personas extremadamente religiosas,
y la navidad para ellos era sagrada. Yo nunca les caí bien. En especial a mi
tío, quien me guarda rencor todo porque una vez durante el entierro de su
madre, le pregunte al cura –o sea al cura, ni siquiera estaba hablando con el-
si no la podían enterrar más rápido a la vieja porque yo me tenía que ir a ver
los Tiny Toons.
Y desde ese día
me hizo la cruz. Un exagerado. Porque a ver, la culpa en todo caso es de él,
que organizó el entierro un día de semana cuando tranquilamente lo podría haber
pateado para el Domingo. Era viernes ¿Qué le costaba esperar dos días más? Pero mi tío era así. Le gustaba limitar a la
gente.
Cuestión que
pongo el casete en la videocasetera y al principio como que no entendían bien
de que se trataba. Lo cual tenía todo el sentido del mundo ya que la imagen que
estaban viendo en pantalla pertenecía a una esquina muy famosa de mi barrio.
Más precisamente a la esquina de un local bastante conocido en ese momento por
vender todo tipo de juguetes y juegos de mesa para niños.
Mis primitos
miraban la pantalla con los ojitos medio entreabiertos, tratando de entender
que es lo que estaba pasando. Pero eso no fue hasta que apareció en la
televisión, la figura de mi tío Horacio, saliendo del local con un montón de
regalos para posteriormente meterlos en el baúl del coche.
“HIJO DE RE MIL
PUTAAA,” exclamó mi tío, ya demasiado tarde, al tiempo que se abalanzaba sobre
el control remoto para detener la grabación.
Después de eso
pasaron varias cosas al mismo tiempo. Todo en cuestión de segundos. Yo
sonriendo mientras señalaba la pantalla con ambas manos diciendo “Y con ustedes
el verdadero Papá Noel,” mis primitos gritando desaforadamente cosas como
“¡Papá Noel no existe!” “¡Papá sos un mentiroso!” “¡Abramos el regalo ahora!”
Mi tía Marta, agarrándose fuertemente el pecho mientras se sujetaba del mantel
para no caer redonda al suelo, haciendo que en el proceso el pollo vuele por
los aires.
La verdad, hermosa noche. La pasamos muy bien realmente. Por eso
nunca entendí porque me tío decidió subir a toda su familia en el auto y
marcharse faltando tan poco para las doce.
“¡Para tío, no te vayas!” me acuerdo que le grité a último
momento. “¡Preparé unas presentaciones en Power Point donde salís con el
disfraz de Papá Noel!”
“¡Metetelas en el orto y feliz navidad basura!” me gritó mi tío
desde su auto, cerrando la puerta de un portazo. Un maleducado, pero bueno,
rescato ese atisbo de redención que tuvo al final ya que por lo menos me deseo
feliz navidad.
Yo creo que en el fondo él sabía que lo único que yo buscaba, era
hacer el bien.
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