jueves, 21 de diciembre de 2017

Una historia de Navidad


A medida que uno va a creciendo y va madurando tanto física como mentalmente, descubrirá que muchas de las cosas que nos contaron de chicos eran una vil mentira. Al principio mentiras blancas e inofensivas que nuestros padres nos decían a efectos de resguardar la pureza de nuestra inocencia. Como si esta se tratara de un vaso de cristal.



Por ejemplo: “Portarte bien porque a los nenes malos Papá Noel no les trae regalo.” Una de las mentiras más crueles y manipuladoras en la historia de la humanidad, porque después te enteras de que el gordo de mierda ese nunca existió y vos fuiste el esclavo de tus padres por nada. Estos, en un orgasmo de poder, se aprovechaban de tu ingenuidad para obligarte a hacer todo tipo de tareas y trabajos sucios bajo la excusa de que si no lo hacías, Papá Noel no te iba a traer eso que vos tanto querías.



“Hijo ponete a hacer los deberes porque si no Papá Noel por acá no va a pasar.”



“Hijo andá a sacar la basura porque si no le voy a decir a Papá Noel que no te traiga nada.”



“Hijo subí al techo y arreglá la antena de la tele porque si no Papá Noel va a seguir de largo.”



No fue sino hasta mis sombríos y duros siete años que supe la verdad. Papá Noel eran en realidad tus padres.



La sensación de alivio y liberación que sentí en aquel momento, vuelve a cobrar vida cada vez que me acuerdo de la imagen de mi padre, deslizándose de manera sigilosa hasta el comedor para colorar mi regalo en nuestro árbol de navidad. Regalo que en teoría te traía un gordo vestido de rojo, con una barba tan blanca como la nieve misma. Un gordo que se suponía, venía desde los confines del mundo surcando los cielos sobre su legendario trineo, que era a su vez, arrastrado por dos ciervos que escupían fuego por la boca. O al menos es lo que recuerdo haber leído en uno de los libros de la biblioteca del colegio, mientras mis compañeros perdían el tiempo juntando juguetes usados para donar a los chicos del hospital.



Cuestión es que lo sorprendo a mi padre en el comedor. Sorprendido y preso de la vergüenza me mira, apenas capaz de sostenerme la mirada, y me pregunta: “Hijo, ¿qué haces despierto a esta hora?”



El muy ingenuo seguramente pensó que iba a estar en mi cuarto durmiendo plácidamente, ya que el mismo me pidió por favor que me vaya a la cama temprano así podía preparar todo para la llegada de Papá Noel.



Esa mañana hubo varias cosas que no me cerraron. Mi padre y mi madre hablando casi en susurros en la cocina, mientras calculaban gastos y analizaban la lista de regalos que todos los años me hacían escribir, y que después usaban para chantajearme. Algo andaba mal.



Esa noche, recuerdo que fue un viernes, decidí quedarme despierto. Pasaban las horas y yo mataba el tiempo jugando al Mario 3 en mi vieja Family, con el volumen al mínimo para que mis padres no escucharan.

Las horas pasaban y nada. Pero yo seguía ahí. Firme en mi decisión de mantenerme despierto, a sabiendas incluso de que al día siguiente me tenía que levantar temprano para ir a tirarle piedras a los perros de los vecinos. Pero bueno, era un pequeño sacrificio que estaba dispuesto a hacer.



A eso de la una y media de la mañana comienzo a escuchar unos ruidos bastantes extraños provenientes del comedor. Me deslizo hábilmente de mi dormitorio con la esperanza de poder encontrarme cara a cara con el mítico personaje y ahí lo veo:



Mi padre, sosteniendo una bolsa de la cual iba sacando varios paquetitos con distintas formas. Todos envueltos en papel de regalo colocándolos cuidadosamente al pie de nuestro árbol de navidad junto al pesebre.



-Hijo, ¿qué haces despierto a esta hora?

-Quería ver a Papá Noel.

-Para Noel no pudo venir, se sentía mal. Por eso lo estoy ayudando.



Ustedes fíjense como el cerdo, descubierto en su propio charco de mentiras, continuaba cubriéndose de más mugre a fines de poder llevar a cabo su perversa obra del engaño hasta el final.



-Ah, está bien si lo estás ayudando. ¿Me trajiste lo que le pedí entonces?

-Papá Noel leyó tu carta y me dijo que lo que vos le pediste es bastante difícil de conseguir…así que te trajo otro regalo y te pide perdón.

-Si papá, pero ¿sabes cuál es el problema? Que con perdón no se solucionan las cosas. ¿Qué hago ahora con la carta que estuve escribiéndole dos meses enteros? ¿Me la meto en el culo?



Cuando somos chicos, más a la edad que tenía yo en ese entonces, no somos capaces de distinguir por completo la realidad de la ficción. Por lo que muchas veces somos influenciados por medios de entretenimiento, como la televisión y los videojuegos. Y es precisamente esa característica lo que hace a la infancia la etapa más pura e inocente de la vida.



Me acuerdo que ese año le había pedido a Papá Noel que me trajera un “Detonador de Cerebros a Distancia” para usarlo con mis compañeritos de la escuela. Todavía recuerdo la cara de estupefacción, casi horrorizada, que puso mi madre cuando le mostré la carta.

En aquel momento yo pensé que se estaba refiriendo a una cuestión técnica. Razón por la cual le dije que se quedara tranquila, que primero lo iba a probar con un gato para ver si andaba. Incluso, para facilitarle el trabajo a Papá Noel, me había pasado una tarde entera dibujando unos planos para asegurarme de que el trabajo saliera a la perfección.

Hoy me acuerdo de eso y me río, pero en aquel momento me dio mucha bronca. Más que nada por el esfuerzo que le estaba poniendo a los dibujos.



Ustedes no se imaginan lo bien que me habían salido los cuerpecitos convulsionados de mis compañeros en el piso, dando patadas y manotazos desesperados al aire, al tiempo que pequeños pedazos carbonizados de cerebro les empezaban a salir de las orejas.



Que calidad, que arte, que hermosa época. Y eso que apenas era la versión prototipo.



Pero bueno después la entrometida de mi mamá lo vio y me sacó la hoja. Exclamando que un nene a mi edad debería estar jugando a la pelota con sus amigos en el parque y no haciendo ese tipo de cosas.



Nunca entendió que lo más parecido que tuve a un amigo fue la bibliotecaria de la escuela, y que mis compañeros de clase nunca me invitaban cuando salían a jugar. Pero mi mama era así, me limitaba. Me limitaba todo el tiempo y papá me mentía en la cara.



Por eso, la noche que enfrenté a mi padre y descubrí la verdad acerca de Papá Noel y la navidad, decidí que de ahora en adelante iba a dedicar mi existencia a abrirles los ojos a los demás niños, que como yo habían sido engañados y limitados por la tiranía de sus padres.



De más está decir que mi papá intento persuadirme, blandiendo una serie de argumentos tan ruines y miserables como él. Diciéndome que ahora que sabía la verdad y por ende -según él- había crecido, era mi responsabilidad proteger el espíritu navideño de los demás chicos.



En resumen, me estaba pidiendo que fuera su cómplice. Pero yo ya había tomado una decisión. Tenía que hacer el bien.

Por eso al día siguiente me levanté temprano y me fui hasta lo de  Carlitos, uno de los chicos de la cuadra, y le dije toda la verdad.

Los padres le habían hecho un muy buen lavado de cerebro, por lo que al principio se negaba a creerme.



-Abrí los ojos Carlitos, ¿Por qué crees que el año pasado Papa Noel no te trajo la bicicleta que le pediste y en su lugar te terminó trayendo un libro para colorear?

-Es que mi papá me explicó que Papá Noel tuvo que comprar muchos regalos y por eso no le alcanzó para la bicicleta. Hasta me lo puso en una carta, ¿ves?

-No Carlitos, pasa que en realidad Papá Noel es tu viejo, que es un muerto de hambre y que de acá a dos años seguro se lo terminan de comer los piojos. Mira todas las faltas de ortografía que tiene la carta mugrienta esa ¿Qué otra persona a parte del analfabeto de tu papá podría escribir así? ¡Despertá, Carlitos!



Carlitos no termina de romper en llanto ahí nomás, que sale el padre abriendo la puerta de una patada y blandiendo un palo de escoba al grito de “¿¿¿QUE HACES HABLANDO CON ESA BASURA??? ¡¡¡TE METES YA PA DENTRO CARLITO!!!”

En ese momento me acuerdo que de lo único que tuve tiempo fue de salir corriendo tan rápido como me lo permitieron mis cortas piernas. Lo único que lamento es no haber llevado una cámara para tener un registro fotográfico de la cara de mí vecino Carlitos cubierta de lágrimas, seguramente lágrimas de emoción, ante tan noble gesto que tuve con él.



Después de eso continúe con mi labor caritativo dentro del familiar. Por lo que esa misma noche del 24 de diciembre, reuní a todos mis parientes asegurándome de que mis primos más chicos estuvieran presentes, y los hice ver un video con la excusa de que se trataba de un trabajo para la escuela en donde los maestros nos hacían grabar un saludo con motivo de las fiestas para ver en familia.



Todos se pusieron contentos y me felicitaron, diciendo que no esperaban un gesto tan cariñoso de mi parte. Todos menos mi tío Horacio, quien inmediatamente entró como en un estado de alerta y en un tono que detonaba desconfianza le susurro en el oído a mi tía: “¿Marta que estará planeando este sorete?”



Tanto mi tío Horacio como mi tía Marta siempre fueron unas personas extremadamente religiosas, y la navidad para ellos era sagrada. Yo nunca les caí bien. En especial a mi tío, quien me guarda rencor todo porque una vez durante el entierro de su madre, le pregunte al cura –o sea al cura, ni siquiera estaba hablando con el- si no la podían enterrar más rápido a la vieja porque yo me tenía que ir a ver los Tiny Toons.

Y desde ese día me hizo la cruz. Un exagerado. Porque a ver, la culpa en todo caso es de él, que organizó el entierro un día de semana cuando tranquilamente lo podría haber pateado para el Domingo. Era viernes ¿Qué le costaba esperar dos días más? Pero mi tío era así. Le gustaba limitar a la gente.



Cuestión que pongo el casete en la videocasetera y al principio como que no entendían bien de que se trataba. Lo cual tenía todo el sentido del mundo ya que la imagen que estaban viendo en pantalla pertenecía a una esquina muy famosa de mi barrio. Más precisamente a la esquina de un local bastante conocido en ese momento por vender todo tipo de juguetes y juegos de mesa para niños.



Mis primitos miraban la pantalla con los ojitos medio entreabiertos, tratando de entender que es lo que estaba pasando. Pero eso no fue hasta que apareció en la televisión, la figura de mi tío Horacio, saliendo del local con un montón de regalos para posteriormente meterlos en el baúl del coche.



“HIJO DE RE MIL PUTAAA,” exclamó mi tío, ya demasiado tarde, al tiempo que se abalanzaba sobre el control remoto para detener la grabación.

Después de eso pasaron varias cosas al mismo tiempo. Todo en cuestión de segundos. Yo sonriendo mientras señalaba la pantalla con ambas manos diciendo “Y con ustedes el verdadero Papá Noel,” mis primitos gritando desaforadamente cosas como “¡Papá Noel no existe!” “¡Papá sos un mentiroso!” “¡Abramos el regalo ahora!” Mi tía Marta, agarrándose fuertemente el pecho mientras se sujetaba del mantel para no caer redonda al suelo, haciendo que en el proceso el pollo vuele por los aires.



La verdad, hermosa noche. La pasamos muy bien realmente. Por eso nunca entendí porque me tío decidió subir a toda su familia en el auto y marcharse faltando tan poco para las doce.



“¡Para tío, no te vayas!” me acuerdo que le grité a último momento. “¡Preparé unas presentaciones en Power Point donde salís con el disfraz de Papá Noel!”



“¡Metetelas en el orto y feliz navidad basura!” me gritó mi tío desde su auto, cerrando la puerta de un portazo. Un maleducado, pero bueno, rescato ese atisbo de redención que tuvo al final ya que por lo menos me deseo feliz navidad.



Yo creo que en el fondo él sabía que lo único que yo buscaba, era hacer el bien.


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